4 de junio de 2020

De dónde viene la marcha...: Saber que vendrás

Todas las artes, incluida la música, son hijas de su tiempo. El contexto, las ideas, la política, las creencias, la educación, los miedos y esperanzas de cada época han influido e influyen a los creadores en sus distintas formas de expresión. Y hoy nos iremos a los años 60 y antes de hablar de la marcha que nos ocupa, tendremos que ver qué la hizo nacer.

En este periodo de nuestra historia más reciente, la humanidad seguía con la cicatriz aún fresca de los horrores de la II Guerra Mundial, la visión de una humanidad cruel capaz de todo. Eran los años también de la Guerra Fría, del miedo a una posible III Guerra Mundial que fuera nuclear y acabara destruyendo todo. Los años del racismo en Estados Unidos, del fin del colonialismo en África... Un Mundo, en definitiva, que tomaba conciencia de una necesidad de mejorar si no quería ir camino a casi su autodestrucción, y en el que comenzaron a surgir distintos movimientos que intentaban, a su forma (no entraremos a juzgar si mejor o peor), mejorarlo: movimientos por los derechos civiles en EEUU, movimientos feministas, movimientos estudiantiles y obreros, pacifistas, ecologistas,...
La misma Iglesia Católica, muy cuestionada por diversas cuestiones, principalmente por la imagen arcaica que seguía ofreciendo, tenía también necesidad de esos cambios. Así lo vería el Santo Padre Juan XXIII, "il Papa buono" hoy canonizado, cuando convocó en 1959 un concilio con el fin de "actualizar" la Iglesia.
No entraremos mucho en detalles sobre este Concilio Vaticano II, de sobra conocido por cualquier católico, pero sus cambios llegaron a prácticamente todos los ámbitos, no escapando a ellos el arte, y con ello, la música. Uno de los principales cambios que experimentó la música tuvo que ver con su uso en los ritos. El Novus Ordo Missae, la "Nueva Misa" cambiaba sustancialmente en cuanto a la participación de la asamblea, siendo semejante a ritos protestantes (de ahí una de las principales críticas de los "sedevacantistas" y las facciones más conservadoras de la Iglesia). Y si algo tienen las celebraciones protestantes es la importancia de la música, de una música más sencilla de seguir por la asamblea.
Hasta entonces, la música para la Iglesia Católica debía preservar ciertas características, siendo el canto gregoriano el considerado mejor tipo de música. Estos preceptos los encontramos en la encíclica "Musicae Sacrae" promulgada por Pío XII pocos años antes del Concilio, en 1955, siendo llamativo su punto 13 en el que se decía:
"La música debe ser santa. Que nada admita —ni permita ni insinúe en las melodías con que es presentada— que sepa a profano. Santidad, a la que se ajusta, sobre todo, el canto gregoriano que, a lo largo de tantos siglos, se usa en la Iglesia, que con razón lo considera como patrimonio suyo. (...) Y si, para las fiestas recientemente introducidas se hubieren de componer nuevos cantos, se encarguen de ello compositores bien acreditados que con fidelidad observen las leyes propias del verdadero canto gregoriano, de modo que las nuevas composiciones, por su fuerza y su pureza, sean dignas de juntarse con las antiguas".
Interesante, por cierto, si se aplicara a la música cofrade. Pero no estamos en eso y quedémonos con lo resaltado: la música sacra no debía parecerse a la profana.
El Concilio Vaticano II cambió en gran parte eso, y la música sacra, la música para esta nueva liturgia, se hizo "accesible" al pueblo. No valoraremos si las consecuencias fueron buenas o no para la música sacra (para quien les escribe, desde luego no), pero sí diremos que eso permitió abrir la música a nuevas melodías, nuevos ritmos, nuevos instrumentos (las guitarras que cualquiera identificaría en un coro en cualquier misa), a una permisividad a incluso incluir estilos "profanos" en esos cultos y, por qué no, hasta fijarse, cuando no imitar, la música de moda del momento.

Prácticamente paralelo a este Concilio en la Iglesia, dentro de esa cantidad de movimientos que buscaban cambiar el mundo, surgía un nuevo movimiento, uno que abogaba por la paz, la libertad y el amor: el movimiento hippie No es cuestión nuestra abordar si tanto este movimiento como el cambio que se estaba dando la Iglesia Católica tuvieron cierta relación, si se influyeron recíprocamente o no, pero desde luego, la música católica, la nueva música católica, sí se dejó influir por la música característica de este movimiento: el rock y todas sus vertientes.
Y de aquí proviene la música que hoy nos ocupa, una música que poco tiene de originaria cristiana.

Carátula del disco "The Freewheelin'
Bob Dylan" en el que se incluyó
la canción.
En abril de 1962, un joven de nombre Robert Allen Zimmerman, o mejor conocido por su nombre artístico, Bob Dylan, según narra la historia componía en diez minutos en un bar neoyorkino una canción considerada de las primeras canciones protesta. Esa canción sería Blowin' in the Wind y, se cuenta que tras ser cantada en aquel bar causó una gran impresión en el público asistente, siendo poco después editada en varias revistas musicales y grabada por primera vez en el disco "The Freewheelin' Bob Dylan" de 1963. La letra de Dylan (recordemos, primer y único cantautor que ha recibido el premio Nobel de Literatura por sus letras) recoge esa supuesta protesta en una serie de preguntas retóricas sobre temas del momento (la paz, la guerra, la libertad,...) recibiendo diversas interpretaciones que van desde que Dylan quiso expresar que las respuestas eran obvias como que quiso expresar lo contrario, que eran algo intangible o inalcanzable, y al parecer se inspiró en un pasaje del libro titulado "Bound for Glory" del también cantautor Woody Guthrie.
¿Y la música? ¿Era obra de Dylan? ¿O también buscó otras fuentes de inspiración? La respuesta es lo segundo, y no hablaremos aquí de la, en su momento, desmentida acusación de plagio de un estudiante llamado Lorre Wyatt. Y es que Bob Dylan nunca ocultó que la melodía principal de este tema se inspira claramente en una canción de la tradición del Gospel o "negro spiritual" titulada "No more auction block" (algo así como "no más subastas") canción que, al parecer, tiene su origen en antiguos esclavos negros que huyeron a Canadá tras la abolición de la esclavitud en Gran Bretaña en 1833 (puesto que en EEUU no sería abolida hasta años más tarde).

Portada del libro "Adviento y
Liberación" que incluyó por primera
vez editado el canto.
Sea como fuere, esta histórica canción se convirtió en uno de los himnos del movimiento hippie (sirva de anécdota de ello que como tal fue usada por Juan Carlos Aragón para una de las cuartetas del popurrí de su famosa chirigota "Los Yesterday") y su fama traspasaría fronteras... en todos los sentidos. De este modo llegaría, suponemos que no sin algún que otro problema debido al régimen dictatorial existente, a nuestro país y en el mencionado contexto de la nueva sensibilidad de la Iglesia Católica tras el Vaticano II esta música tan popular se utilizó (como muchas otras) para hacer una versión en castellano como canto litúrgico, el titulado Saber que vendrás,canto que se edita por primera vez en 1970 recogido en el libro "Adviento y liberación" del compositor Juan Antonio Espinosa Bote (al que los cofrades quizás conocerán más por su canto Santa María de la Esperanza). Pero, ¿quién realizó la versión castellana de este canto? Consultando al propio Juan Antonio Espinosa (a quien agradezco su colaboración) no fue él mismo ni tampoco el cantautor Ricardo Cantalapiedra (a quien se le suele atribuir), sino que fue Jesús García Torralba el encargado de la misma.
Si bien, resultaría curioso reseñar que la idea de usar esta canción para celebraciones religiosas cristianas no es una idea español. Al parecer, al poco de su publicación Blowin' in the wind ya era usada en las llamadas "Folk-mass" católicas estadounidenses, por no dejar de recordar que la melodía que inspiró a Dylan era música Gospel.

El canto católico ganó popularidad y se asentó en el cancionero (¿quién no ha cantado este Saber que vendrás en catequesis, en su Primera Comunión o participando en la procesión del Corpus Christi?) y de ahí siguió el camino de otros muchos cantos litúrgicos populares: acabaría siendo adaptado a marcha procesional para Agrupación Musical. Pero en este caso, a diferencia de tantos otros cantos, no tiene su origen ni en Arahal, ni en Eritaña, ni en la Estrella de Dos Hermanas (entre otras bandas que popularizaron adaptaciones similares), ni tampoco es una adaptación "ochentera". Fue la, por entonces joven, Agrupación Musical Nuestra Señora de la Encarnación, de la Hermandad de San Benito, la que haría la primera adaptación de manos de Antonio José López Escalante, siendo la primera grabación del primer disco de dicha banda titulado "Presentación y Sangre" de 1994.
Y aquí de nuevo viene el tópico tan repetido en la música cofrade. Tanto en esta primera grabación como en muchas otras posteriores, la marcha aparece con el título escrito erróneamente: el original "Saber que vendrás", ese "[Tú] vendrás" en segunda persona dirigiéndose a Cristo, mutó en un imperativo "Sabed que vendrá". Nada del otro mundo: el típico error gramatical de no distinguir el imperativo del infinitivo, tan común en lengua coloquial pero que tan mal queda en casos como éste, sobre todo si pretendemos que se tome a nuestra música como algo serio.

Y hasta aquí llega la historia cofradieramente hablando de esta composición. Una historia que, como me gusta decir, refleja la riqueza de la Música y su capacidad de crear lazos como expresión universal, en este caso siendo capaz de enlazar desde el siglo XIX al presente, de los cantos de libertad de los esclavos afroamericanos a nuestra Semana Santa, pasando por la música folk americana, el movimiento hippie, el Concilio Vaticano II, la música católica en español y hasta el Carnaval de Cádiz. Y es que, ¿cómo la música nos puede hacer tan iguales siendo tan diferentes? A lo mejor, como dice la letra de Dylan, la respuesta estará soplando en el viento. O simplemente es que quizás sea la Música lo que nos hace verdaderamente humanos.

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